Por Lucho Peralta
De pibe no entendía. Si éramos todos iguales, todos argentinos ¿Por qué no nos
uníamos para estar mejor? ¿Tan difícil es aunar esfuerzos, tirar para el mismo
lado? – pensaba. Capaz, si ayudamos a los pobres a no ser tan pobres todos
estaríamos un poco mejor – pero no entendía, y eso que me esforzaba en hacerlo,
pero no entendía.
Eran tiempos de la Alianza y yo sabía -si que sabia- si había algo en lo que
todos estábamos de acuerdo era en que los malos eran los peronistas. Y eso que
sabía que papá era peronista, pero….no sé, era de otros peronistas.
Las cosas no andaban bien, yo pensaba, miraba la tele y pensaba: que violento
que es todo en Buenos Aires, cuántas muertes, que lejos. Parecía una película,
como….como una película de ficción. Pasaban cosas que acá, en el barrio,
nunca.
Y me acuerdo, de esto si me acuerdo patente, no me pregunten por qué pero todas
las noches antes de dormir, me acostaba, pensaba en mi abuelo, en que se iba a
morir, y rezaba, como en la Lujan, como en la misa: un padre nuestro, un Ave
María. Y si el momento lo ameritaba reforzaba con uno o dos más de cada uno, y
por fin dormía.
Yo no entendía bien por qué, pero eran tiempos de angustia, y eso que nunca
(nunca eh!) pasamos hambre en casa. Ahora creo que lo entiendo: los viejos,
ellos eran los angustiados y de alguna u otra manera nos contagiaban de su
angustia. ¡Claro era eso! Pero…no era solo una cuestión de plata, yo me
acuerdo, era más que eso. Mira que mis viejos están pagando créditos desde que
tengo uso de razón, pero en esas épocas no era solo una cuestión de plata, era
otra cosa…
- Pa ¿me das 10 federales para salir? Abuela… ¿tenés algo de plata para salir
con los gurises?
En las ciudades como Gualeguaychú, donde hay mucha clase media, donde las
diferencias socioeconómicas no son tan grandes, la idea de “gurí” o de “gente”
o de “chicos” o de “pobreza” o de lo que sea, son siempre más homogéneas.
Porque las diferencias no son tantas; porque los gustos no son tan diferentes;
porque las expectativas son parecidas.
Pero….el problema no era la plata.
Yo tenía un compañerito en la escuela Rocamora (¿se preguntaron alguna vez
quien fue Rocamora mis compañeritos de la primaria?) que todos los días, de
lunes a viernes, los papás le daban cincuenta centavos de peso (entiéndase
cincuenta-centavos-de-dólar) para gastar en el kiosco de la escuela. ¡Todos los
días! Yo lo envidiaba, ¡sabés qué! Me mordía el labio de abajo y sonreía…de
solo imaginarlo: ¡cincuenta centavos todos los días para el kiosco! pero… no se
podía y lo entendía, no era complicado, sabía que éramos tres y si mamá tenía
que darnos cincuenta centavos de dólar a cada uno todos los días, ¡era un peso
con cincuenta por día! ¡No no, no se puede! Entendía. Casi siempre, entendía.
Pero el problema no era la plata.
El problema no era ni la plata, ni la familia, mucho menos el futbol.
- qué piernas de futbolistas tiene el morocho….
- Si, este es el del medio, le hace al futbol
- El único que no te salió músico
- Viste… es el que nos va a salvar a todos – reían.
Mi papá siempre repetía lo mismo. Es que en el país de entonces o eras
futbolista y te salvabas de los padecimientos de la mayoría o padecías con la
mayoría, no había mucha vuelta. Yo no entendía mucho de eso, jugaba al futbol,
como todos.
- ¿Pa tenés cinco pesos?
-…
- Dale… te lavo el auto.
- Bueno, pero por dentro y por fuera.
- ¡Dale!
Con el tiempo las cosas empezaron a andar mejor. Mi hermano se pudo ir a
estudiar a Buenos Aires – porque aparte de atender en Buenos Aires, Dios hizo una
Universidad ahí, en Buenos Aires, y mis papás querían que sus hijos estudien,
¿y qué mejor lugar para estudiar que en una universidad echa por Dios?
El país andaba mejor, decían. No sé, en casa nunca falto nada, pero nunca sobró
tampoco. Ni antes ni ahora. Pero… todos andábamos un poco mejor, la gente
parecía un poco más esperanzada. Yo ya no rezaba todas las noches, ¿para qué?
Si sabía que el año siguiente me iba a Buenos Aires a estudiar en la
universidad de Dios, para qué le voy a andar pidiendo desde acá. En mi abuelo
si seguía pensando: se va a morir, está viejo y se va a morir. Y me angustiaba,
pero no tanto como antes.
- Señores dejo todo, me voy a ver al juve, porque los jugadores me van a
demostrar, que salen a ganar, quieren salir campeón, que lo llevan adentro,
como lo llevo yo.
Cómo me gustaba ir a la cancha todos los domingos. Iba siempre, a todos lados,
como los verdaderos hinchas, cueste lo que cueste porque lo importante son los
colores. Lo importante en este mundo deben ser, más allá de todo, los colores.
Después si, por fin me fui para Buenos Aires. La casa de Dios no era muy linda
que digamos: mucho cartel político, paredes viejas y ascensores rotos. - en
fin, así debía ser el Dios Argentino.
Y la plata no era el problema.
Seguía sin entender por qué nos costaba tanto tirar para el mismo lado. Por qué
había tanta gente durmiendo en las calles: sucias, como las calles; grises…como
las calles.
Ya no iba más a la cancha, me tenía loco eso de no entender por qué no nos
entendíamos. Por qué razón todos tirábamos para lados diferentes; por qué
seguíamos sin juntarnos.
Y no fue nada fácil entenderlo. Un profesor siempre decía: no existen
soluciones sencillas para problemas complejos. Y mira qué compleja resultan las
diferencias: rico-pobre; rubio-negro; asfalto-barro; lindo-feo; gordo-flaco;
suave-áspero. Y Sigo: alto-bajo; claro-oscuro; inglés-español; español-inglés;
Europa-Argentina; Capital- interior; centro-suburbio; auto-bicicleta;
asado-fideo; fideo, arroz y contigo pan y cebolla.
Pero un día, ya en la casa de Dios, conocí a Carlitos. Un tipo macanudo, con
barba de copo de nieve y mirada de procer de aula de 5to grado. Al principio no
me cayó muy bien, no le entendía cuando trataba de explicarme, cuando le
preguntaba por qué no nos ponemos de acuerdo los argentinos.
Y no lo escuchaba…..él insistía, parecía convencido de lo que me decía pero yo
no le entendía.
- no tiene que ser taaan difícil. Si les dan más trabajo a los pobres, todos
vamos a estar mejor.
Los problemas complejos nunca tienen soluciones sencillas.
Un día conversando con Carlitos me explico fácil y entendí – ¡qué alegría
cuando entendí! Me dijo Carlitos:
- En el mundo hay ricos y pobres. Los ricos son ricos porque los pobres son
pobres.
Claaaaaro…ahora sí había entendido. No iba a ser fácil hacer que los pobres
sean menos pobres. Había que sacarles a los ricos. Era eso de repartir la
torta, ahora entendía.
- ¿Y con los que quedan en el medio Carlitos? ¿Cómo se hace?
- no es fácil…
- pero… ¿cómo hacemos?
- Los del medio quieren ser ricos, pero…son muy pobres para ser ricos y muy
ricos para ser pobres.
- ¿Entonces?
- Entonces…no sé. Pensá en vos. Vos… sos de los del medio, ¿o no?
- si….se podría decir que sí.
- Y decime, ¿estás dispuesto a perder un poco para que otros tengan un poco
más?
- No sé. Decirlo es re fácil, pero del dicho al hecho….
Desde que lo conocí a Carlitos no volví a rezar nunca más. Las cosas están
mucho mejor ahora. Mi hermano se fue a recorrer un cacho de mundo y el otro se
está por recibir, en la casa de Dios, como yo. A la cancha voy cada vez que
puedo y ya no pienso más en que mi abuelo se va a morir, el viejo nos viene
jodiendo hace años con eso de la muerte y que se yo cuanto. Mis viejos…mis
viejos siguen pagando cuentas. Y con Carlitos nos hicimos inseparables, es un
tipaso, cuando no entiendo algo, el siempre, siempre me lo explica fácil y
entiendo.
Las cosas están mejor, aunque quilombos hay, miles. Algunos pobres son menos
pobres aunque no creo que algunos ricos sean menos ricos, no sé. Los del medio
acá seguimos, en el medio. Pensamos, siempre, que los problemas son problemas
de plata, aunque, como siempre, me parece, los problemas no son solo de plata.
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