viernes, 15 de abril de 2011

"Apraxia"


Se le caía el pantalón, andaba en silla de ruedas y detenía el ascensor al decir que por las escaleras iba a bajar con su andador.

Pero, al parecer no había tiempo porque el único tiempo es el de entrar y salir del ascensor una y otra vez. Y si me descuido ni siquiera hay tiempo para tocar el botón del piso al que vamos porque alguien te ganó de mano y te llamó. Y si me descuido tampoco hay tiempo para abrir y cerrar la puerta porque el ascensor ya lo hace por vos.

Entonces, ¿cómo no pensar que la silla de ruedas termine siendo el hospitalismo de este hombre, si al parecer, todo está dado para que así sea? Pero, ¿por qué no hacer que las cosas dejen de estar dadas frente al grito de un hombre que sólo quiere sentir como sus pies rozan el suelo de las escaleras? ¿Será que no hay tiempo? ¿O será que no nos bancamos el impass del mismo?

Y ahí me encontraba yo pensando estas líneas cuando era la tercera en discordia en la situación de una mengana, por no decir ortodoxa del discurso médico, que le decía a su supuesto paciente que se apurara al bajar las escaleras.

Ella le hacía de bastón, pero a la vez él tenía su andador. Ella lo arrastraba, él tiraba. Ella iba tres escalones adelante, él iba tres escalones atrás. Y ella le dice: Ay, este ascensor que nunca anda, no puede ser, no podemos estar perdiendo el tiempo todos los miércoles así. ¿Te podes apurar? Vamos, vamos”. Y él con su estilo dandy le dice: “pero, si hay tiempo”. “No, no hay tiempo”-exclama ella.

Él le vuelve a decir “pero, si hay tiempo”; a lo que a la vez agrega: “mira querida, en el hospital todos los días son iguales, lentos, vacíos, lo que sobra es el tiempo”.

En ese momento, sentí un nosotros porque dijo aquello que yo pensaba y no podía decir. Pero, ¿por qué no podía decir? ¿Por el trato subordinado? ¿Por qué no podía desobedecer a quien me mandaba?

No importa, bah si importa, pero no importa porque alguien lo dijo. Él lo dijo, lo dijimos, lo gritamos.

Las cosas parecían complejas, pero no lo eran. Las cosas eran simples, el tiempo era simple.

Pareciera que uno quiere ganarle constantemente al tiempo. No hay tiempo en nuestra práctica para que alguien nos detenga en el pasillo del hospital, para que alguien delire, para no tomar una medicación, para hablar con otros en vez de que todo quede en un historial clínico, para sentarnos a pensar nuestras prácticas con otros, y mucho menos hablar de accionar en lo paulatino.

Nos creemos héroes al competir con las agujas y al decirles a ellas que no importa cuán rápido se muevan, nosotros nos movemos más rápido porque podemos más, porque hacemos más cosas, porque nos medicamos contra el tiempo del no tiempo. Eso es que nada pase, eso es el encierro, ese es el verdadero encierro.

El del interno en el hospital también es encierro, es real, se piensa real, se siente real. Los muros caminan hacia ellos arrinconándolos.

Pero, nosotros…nosotros ni siquiera estamos arrinconados, ya no estamos porque aniquilamos nuestra posibilidad de ser al inventar lógicas de encierro. Que a los que primero encierra es a nosotros en nuestro discurso médico y no nos podemos dar cuenta. Caemos una y otra vez al ir tres escalones adelantados y él todavía no está aniquilado porque puede decir que “hay tiempo”; porque elige detenerse en el poder ser.

Nosotros que vamos contra el delirio, resulta ser que el delirio es lo que nos permite decir. ¡Y no!, discúlpenme los profesionales de la salud, que cargan su guardapolvo blanco con orgullo de hecho y derecho, al decirles que en el delirio también hay deseo.

No es cuánto hacemos y corremos lo que vence, mata al tiempo. Lo único que puede contra el tiempo es el deseo y el deseo se cuela ahí donde el delirio tiene espacio para ser y para decir y tiene tiempo porque el deseo nunca muere en su constante empujón de apertura.

El deseo desea delirar. El delirio desea deseo.

El deseo desea bajar la escalera. El delirio desea deseo de bajar la escalera.

El deseo inventa tiempo para el tiempo. El tiempo inventa tiempo para el deseo.

Ah, y de hecho, ¿por qué matar el tiempo? Si abarcar mucho para matar el tiempo y encima, luego poco apretar, entonces, no sé cómo seguir hablando de nuestras prácticas. Bah!, no es que no sé, sino que no puedo saber porque alguien ya decidió por mí que debía ser prohibida de ser.

Y que el ascensor iba a cerrar por mí las puertas, y que alguien iba a presionar el botón del ascensor, y que iba a estar en silla de ruedas, y que no tenía tiem….no lo mencionemos a ver si nos hace algo.

Ah, pero…bueno será otro día porque parece ser que alguien tocó la alarma del ascensor y se volvió a quedar… ¿encerrado? Quizá, tal vez, no lo sé, puede ser, etc.

Será que el hospital ya no es sólo el muro físico. Será que el hospital es difuso, y que el encierro juega a encerrarnos ahí donde el encierro dice no tener lugar para habitar, pero tiene espacio.

Luciana Cantisani

2 comentarios:

  1. quizas para muchos el encierro es ir rebotando de lugares en lugares como pelotita de ping pong o de flipper (si, mejor de flipper.
    Creo que somos menos libres de lo que muchas veces creemos.
    Gracias Lu!!! fantastico el aporte.
    El tiempo como otra forma de encierro.
    Fer

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  2. Somos complejos sujetos de deseo, deseo inconciente, donde el tiempo es otro, las leyes que lo regulan no siguen la lógica capitalista donde el tiempo es ya, por eso el síntoma en la neurosis, el delirio en la psicosis, los tóxicos y los trastornos alimenticios como forma "resolutiva" de esta gran contradicción que nos deshumaniza. Quien delira, quien consume, quien no se adapta a los tiempos del ya, hoy molesta, estorba. Que mejor que la pastillita para taponar el deseo, para no preguntarnos por el sujeto, y entrar así tan fácil en el circuito del consumo capitalista, quien nos dice como gozar y lo que es más simple, con qué gozar, para hacer de este sujeto de deseo un negocio perfecto. Hoy donde no hay una ley que nos regule, hoy donde no hay a quien reclamar, hoy donde la palabra no vale nada, donde el deseo es la pregunta que molesta, hay un sujeto deseante que reclama a su manera un equilibrio, entre lo que se espera de él y lo que desea ser.

    Antonella Tommasi

    Da para mucho más, muy buen espacio, felicitaciones chicos!

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