miércoles, 6 de abril de 2011

"Tener o no ser"

Sabemos entender al futuro, sabemos curar enfermedades terminales, sabemos odiar, sabemos evitar o ganar una guerra, sabemos una energía nuclear, sabemos distinguir entre amor y soledad, sabemos a los más y mejores intelectuales, sabemos llegar a la luna, sabemos los tiempos de las siembras y las cosechas, sabemos como no morir prontamente, sabemos al hijo como lo más preciado, sabemos disfrutar del arte en todas sus formas, sabemos cuando es chamullo; sabemos al fuego, al barco y la rueda como invento de inventos, sabemos manipular el planeta. Sabemos a la religión como el comodín de nuestra negligencia, el único numero de la rifa que no compramos.

Pero hay algo que por simple que parezca no sabemos: “ser”. Nadie nos enseño a ser o quizá si, pero igualmente preferimos adoptar un término surgido en la década del 90, que al fin daría “justificación intelectual” a tanto narcisismo por venir, al fin un sinónimo para la palabra injusticia, me refiero a globalización. En el diccionario de la real academia de la globalización, ser significa tener. Y quien no tiene nada (material, por supuesto), pues entonces es nada, es nadie.

Un pibito de unos 6 años, solitario en el subte, pidiendo una moneda y un saludo con la mano, para la globalización que me enseñan, es nadie. Entonces no sólo se le niega la moneda sino (y lo que es reverendamente inhumano) que se le niega la mano, el saludo.

Desde niño se cría recibiendo nuestra hostilidad. Una de las tantas herencias que le vamos a dejar, junto con un planeta devastado, una sociedad cada día más egoísta y un sistema cada vez más depredador.

Lo vemos y entonces vemos la sección policial de los diarios, vemos conurbano, policías en acción, un Guillermo Andino desahuciado por temor a que un día le llegue su día. Porque socialmente, no conocemos más nada que no sea lo que vemos por “latele”. Porque nos cruzamos constantemente con la realidad, pero igualmente preferimos verla, deformada por tele.

Nos cuesta ver en él, un hermano, un hijo, un sobrino. A una persona. Le negamos las migajas, porque lo queremos todo, porque nos importa una mierda todo lo exógeno a nosotros. Porque estamos apresurados en ser lo que la Globalización exige que seamos: Profesionales desalmados. De saco y corbata que no comprenden que su miseria más grande es la carencia espiritual, la falta de cultura.

Dicen los de traje:

_ Si le das una moneda, se la da al padre y este se lo chupa.

_ A veces le doy, pasa que si le das, el gobierno no hace nada, y además ellos se mal acostumbran.

Cómo si al darle una moneda pretendemos que todos sus problemas queden absolutamente resueltos: seguramente se compren una casa, se anoten en la escuela, los proteja Swiss medical, su padre consiga trabajo en Techint y todo gracias a nuestra moneda.

Juzgamos que darles dinero para que se tomen un vino está mal. Cuando en realidad es todo lo que pueden hacer con la moneda que le damos, y con lo que tienen a su alcance, sus circunstancias. ¿En serio pretendemos que lo ahorren o se compren un libro de informática? Porque si es así somos más estúpidos que las vacas. Si así son felices, entonces por qué nos molesta esa pequeña felicidad. O salvo, que realmente estemos preocupados por su salud y queramos que se abstengan del alcohol, del poxi. Algo que me suena a hipocresía.

Pero hay algo seguro, mientras se da este debate moral comandado por el bolsillo. Mientras decidimos si le regalamos felicidad momentánea o cuidamos de su salud, les negamos el saludo.

Un apretón de mano fuerte con una mirada a sus ojos, una sonrisa, ahí lo vas a ver y él te va a ver. Vale más que la moneda que le podamos llegar a dar.

Me parece que es lo mínimo que podemos hacer por un mocito que tendría que estar jugando, o en la escuela. Pero que injustamente está ahí viendo al rubio mundo que lo rodea.

¿Cuánto más le faltará, para que se le termine la gracia que la edad le condona?, ¿cuánto más para tener que crecer y comenzar labores de adultos?, ¿Cuánto para que su espera incansable se haga resentimiento inevitable?, ¿cuánto para su primer entrada a la comisaría? ¿Cuánto para que los policías le “expliquen” quien manda?

No se cómo describirlo, pero no es precisamente lástima lo que siento cuando los veo, siento vergüenza de mi, de mi comunidad, de mis iguales que los ignoran tanto o más que el gobierno, como si no tuviésemos nada que ver en sus naufragios.

Evadimos la mayor cantidad de impuestos posibles, fomentamos a los jóvenes cerebros para que se dediquen a las finanzas; y aunque parezca gracioso o desatinado, definitivamente, permitimos que Ricky Fort esté en la tele que ellos ven. Nietos de abuelos sin trabajo, hijos de padres sin trabajo. Que le hicimos creer que si al campo le va bien, a ellos les va a ir bien. Que si la bolsa cierra en alza, a ellos les va a ir bien. Que el fútbol es su única salvación. Que tengan esperanza, obediente esperanza, porque Díos quiere más a los que menos tienen. El mismo Dios que le imponemos para que nunca lean al Che, a Marx, a Galeano. Para que en navidad reciban la caridad que las madres del Champañat School les dan y, por supuesto, se lo agradezcan. Para que no se les ocurra soñar, porque para soñar hay que saber eso que se llama futuro y que, como dijo alguien por ahí: “el futuro es un lujo que solamente aquellos que comen todos los días se pueden dar”.

En resumen: para aceptar con resignación que Macri les muestre su inmaculada dentadura al hablar.

Todo esto es algo que no sabemos y que mucho hacemos, conciente o inconcientemente, para fomentarlo.

Entiendo que ejercer la conciencia en un mundo donde la ética se ha desprendido de toda práctica profesional, donde las mejores mentes de las matemáticas migran hacia las finanzas; donde los hinchas de fútbol han hecho de su euforia una industria; donde el banco del Vaticano ha tenido las más y mejores extraordinarias ganancias que cualquier otro banco pueda tener. Donde las cárceles ahora también cotizan en bolsa. Donde la filosofía es vista como pensadora, pero no hacedora. Donde la palabra crisis ya no significa oportunidad o cambio, sino más de lo mismo. Es de esperar entonces, que también dejemos de “ser”.

Muchas veces pienso que me gustaría ser menos politizado, escribir sin tanto entusiasmo, discutir sin tanto ardor, hacerme un poco el distraído ante tanta injusticia, volver a esos años de feliz ignorancia; pero luego pienso que de ser así seríamos personas muy distintas de la que “hemos” elegido ser.


Facundo Riera.

1 comentario:

  1. Creo que es un muy buen artículo, con muchos argumentos certeros, desde mi punto de vista. Pero también, desde el mismo punto, creo que se cae en algunas generalización que no son muy justas. Porque sé de muchas personas que no miran para otro lado en estas situaciones, que no sólo se preocupan sino que además se ocupan de que estas injusticias sociales dejen de suceder. Por lo menos desde donde puede cada uno. Y no me refiero al simple "lavado de conciencia" de darle $1 a un pibe que esta pidiendo en la calle, sino de acciones concretas que apuntan a los meollos de cada situación particular.
    Sin embargo, debe haber también mucha gente que se siente identificada al caso general que se hace mención en este artículo. Lo cual, cuanto menos, me resulta lamentable.
    Pero bueno... en definitiva cada uno elige si ser un agente de cambio social o un instrumento más del sistema capitalista.
    Nuevamente, felicitaciones a Facundo Riera por el artículo y gracias por compartirlo.

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